lunes, 17 de febrero de 2014

La caperucita roja

El miércoles 16 de mayo de 1703, un septuagenario Charles Perrault daba su último aliento y París sería el lugar elegido por el destino para el fatal desenlace de una persona que iluminó el mundo con mágicas obras que hasta el día de hoy son alabadas por grandes y chicos.
Jamás imaginé que un cuento publicado hace mas de 300 años podía ser leído cada noche a una criaturita y ésta nunca cansarse de ello.
Así fue. Marghiorie, mi pequeña hija de 5 años (casi 6), que escucha cuentos desde el vientre de su mamá, hizo de este cuento, 'La caperucita roja', de Charles uno de sus favoritos. La rutina era al principio leerle solo uno. No sé en que momento de su corta historia me convenció de aumentar dicha contidad en 300 %, lo que sí sé es que desde hace algún tiempo ella y yo disfrutamos de unas lecturas infantiles cada noche antes de dormir.
La famosa niña de caperuza roja ingresó de modo insospechado en nuestras vidas.
La conversación previa a las nocturnas lecturas era sobre la elección de los cuentos para esa noche. En mi mente se dibujaba la posible respuesta de mi hija. Así que me dirigía a su biblioteca mientras le pedía que me diga que títulos serían los que leeríamos esa noche, suponiendo que dentro de los seleccionados estaría la niña predilecta de Charles Perrault. Ella comenzaba a recitar... primero 'Franklin va a la escuela', segundo 'Chimoc en la selva' y tercero 'La caperucita roja'. Así era el ritual cada noche. Una tras otra. Papá, primero 'Los tres chanchitos', segundo 'Los siete cabritos' y tercero 'La caperucita'.
Se subía a su cama, se colocaba a un costadito y me decía que me apure. Me pedía que me coloque del lado de la pared porque a ella le da frío estar en ese sitio. Me prestaba una almohada y los dos nos tapábamos. Ella hasta el cuello y yo hasta la cintura para poder manipular el libro.
Empezaba el ritual. Tenía que colocar a su alcance los tres libros. Luego, ella elegía el primero que debía leer.
Haber leído tantas veces sus libros me hacía bostezar de vez en cuando. Así que, a partir de eso, surgió una regla: PROHIBIDO BOSTEZAR DURANTE LA LECTURA.
Rara vez se quedaba dormida. Algunas veces sus ojitos vivarachos me miraban mientras narraba la historia de principio a fin. Otras veces miraba atentamente la secuencia de imagenes que ilustraban el libro.
Cuando Charles publicó en 1697 en 'Los cuentos de la mamá gansa' un curioso cuento sobre una niña con caperuza roja, jamás imaginó que mas de tres siglos después en un lugar llamado Barranca, una pequeña niña y su alopécico papá disfrutarían de esa historia una y mil veces.
Pero nuestra relación con el cuento no termina ahí.
Ayer por la noche, Adela, la mamá de mi Marghiorie, que por cierto no es muy debota de participar de nuestras tertulias nocturnas, fue elegida para leer nuestro cuento fetiche. El cerebrito de Adela recibió una dosis extrema de adrenalina y dopamina al saberse en un problema serio para ella. Con la cantidad necesaria de neurotransmisores para generarse una solución al dilema, encontró cómo salir del paso. Dijo a mi hija que ella ya estaba en la edad adecuada para poder leerse sola un libro. Mis ojos adquirieron la forma de dos huevos fritos. La miré como si hubiera dicho una barbaridad. Vi a mi hija y noté que ella tomaba el libro entre sus manitos y se acomodaba en la cama. Asumió el reto. Empezó... Érase una vez... mis ojos huevofritiformes continuaron igual, lo que cambió fue mi actitud. Terminó la primera hoja y pasó a la segunda. ...La casa quedaba en medio del bosque y su mamá... incliné mi cabeza ligeramente mientras mi mente regresaba casi seis años. Aquella primera vez que la tuve entre mis brazos, cuando la sentí tan pequeñita, indefensa y llorona. Hoy, casi seis años después, estaba presenciando un momento histórico para mí. Estaba presenciando su primera lectura de un cuento. Un cuento que fue publicado hace mas de tres siglos. Mas de 300 años hace que un hombre partió hacia la eternidad dejando en este mundo una historia que mi hija, hechada al costado de su mamá, mas de 300 años después, leería por primera vez, ingresando a un mundo que, espero, nunca mas deje.

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