lunes, 12 de mayo de 2014

Anita

Recuerdo que ella tenía 14 y yo 15. Nos conocimos por intermediación de un amigo. Yo jamás había tenido una enamorada y ella tampoco. Nos gustábamos pero la inexperiecia me hacía no decidirme a decirle lo que sentía y así formalizar nuestro amor.
Siempre la iba a recoger a la hora de salida de la escuela. Su mamá tenía un negocio en la Plaza Mayor. Ella la visitaba todos los días. Entraba, y como yo era algo tímido me quedaba esperándola afuera. A veces, demoraba hasta 2 horas. Yo no me hacía problemas. Bueno, en realidad me incomodaba un poco, sobre todo cuando hacía frío y llovía.
Una vez le conté a mi hermana mayor mi desventura. Ella me dijo que simplemente se lo diga, que las mujeres a veces se aburren cuando un hombre no le dicen las cosas.
Armado de valor, la busqué al día siguiente. Estuve muy nervioso. Ella estaba como siempre. Tranquila. Este día demoro menos. Unos 20 o 25 minutos. Me dijo qque tenía que presentar un trabajo al día siguiente y que tendríamos que irnos rápido. No había tiempo que perder. Llegamos hasta la esquina de su casa que marcaba el límite invisible de nuestra caminata juntos. La detuve y recuerdo que yo temblaba mucho antes de decírselo. Ella me miraba fijamente algo incómoda, ansiosa a la vez. Tomé todo el aire que pude y en la exhalación solté algunas palabras que iban cargadas de todo lo que siempre había querido decirle. Finalmente, se lo dije. Sus ojos expresaron sorpresa absoluta. Me miró y me dijo que lo pensaría. Que me daría la respuesta el miércoles. Era lunes.
Miércoles por la tarde. Serían las 3 y yo ya estaba listo. Ella saldría a las 6.30. Fui a esperarla a la plaza. Me senté en el mismo banco en el que lo había hecho para esperarla hasta el ese día. No recuerdo el clima que hubo, pero sí recuedo que cuando salió del colegio, ella estaba con su uniforme escolar. Su falda gris con tirantes en el pecho, su camisa blanca y su mochila a una costado. También recuerdo que tenía un chalequito rojo que le quedaba muy bien.
La seguí con la mirada hasta que ingresó a la tienda de su mamá. Muchos alumnos paseaban mientras mi corazón se inquietaba al ritmo del paso del tiempo. Las personas empezaron a ser mas escasas. Pocas quedaban en el lugar. Ningun escolar. Oscureció y no salía. Llegué a pensar que se había ido en algún momento sin que yo me percate. Por primera vez en mucho tiempo decidí ingresar a la tienda. El cuerpo me temblaba de solo pensar que tendría que hablar con su mamá. Mil cosas pasaron por mi cabeza. Tomé la decisión. Me puse de pie y enrumbé en su busca. Habré dado dos pasos cuando ella se asomó y me hizo una señal para seguir esperando. Aliviado, retomé mi lugar en el banco decidido a seguir esperando. Pregunté la hora y me dijeron que eran las 8.25. Sin duda, la paciencia me llegaba del cielo. Media hora después, ella, finalmente, salía de la tienda.
Caminamos hasta el límite invisible del que les conté. Detenidos frente a frente, le dije que me diera su respuesta. Me miró algo triste. Bajó la mirada y sonrió de manera nostálgica. Mi corazón volvía a latir de manera acelerada. No pude decirle nada más. Cuando levantó la mirada, su rostro expresaba resignada calma. Yo esperaba su respuesta. Esos segundos me parecieron una eternidad. Dio un paso hacia atrás con intención de salir corriendo. Mis manos y mis brazos no se podían mover. Ella empezó a girar lentamente con dirección a su casa. Cuando el primer pie avanzó, dejó escuchar un leve sonido casi imperceptible. Al momento que entendía el monosílabo, mis brazos cobraron vida y se lanzaron en su busca. Antes de que salga corriendo, pude tomarla suavemente por el antebrazo. Ella fingió resistencia, a la vez que su mirada se clavaba en el suelo. Le pedí que repitiera lo que escuché.
- Sí, te acepto.