domingo, 29 de agosto de 2021

Mano a mano

Papá estaba sentado en el centro de la sala, cierta quietud dejaba entrever que algo lo afanaba. Cuando pasé por ahí, pude observar que tenía entre sus manos una vieja radio a pilas, la cual había comprado hacía mucho tiempo a un mercachifle en el mercado que estaba cerca a nuestra casa. En sus muchas horas de soledad, lo había acompañado, pero últimamente, lo ponía de mal humor por sus constantes desperfectos. Así sucede con la mayoría de nosotros cuando tenemos necesidad de algo que se aproxima a sus final.
Papá trataba de sintonizar alguna emisora de manera infructuosa; al parecer tenía tiempo porfiando con la radio pero nada de lo que hacía daba resultados positivos. Cuando notó que lo observaba, levantó la mirada y me dijo que quería escuchar música, pero que alguien había malogrado su radio.
- Siempre hay gente envidiosa que no soporta verme feliz.
- ¿Qué quieres escuchar, viejo?
Se quedó quieto. Ladeó ligeramente la cabeza hacia el lado izquierdo. Pestañeó de manera pausada. Después de unos breves segundos, me miró.
- Carlos Gardel... Mano a mano.
Saqué mi celular, busqué en el Youtube, seleccioné su pedido y, cuando empezaba a reproducirse, le mostré el vídeo. Se quedó mirando la pantalla con ojos sorprendidos, cada vez más abiertos. En sus labios se empezaron a dibujar una enorme sonrisa. Sus brazos se elevaron en un acto de alabanza, euforia y correspondencia con el momento. Se puso de pie como pudo. Dio unos pasos al frente y empezó a girar pausadamente sobre su eje al ritmo de un baile discordante que solo él podía entender. Bailaba. Bailaba solo. Bailaba mal siguiendo la canción que escuchaba en el celular. En cada giro que daba podía ver en sus ojos que se iba alejando del presente. De pronto, ya no estaba aquí.

Cuando finalizó la canción, se quedó en pie, suspendido en medio de su recuerdo, el cual nunca me confesaría. Se había acabado ese instante. Él estaba de pie, agotado, eufórico. De pronto, giró para verme, me tocó el hombro mientras me pedía que lo ayude a sentarse. Una lágrima, en ese preciso instante, cruzaba el abismo que va desde su mejilla hacia el suelo, donde finalmente se mezclaría con la tierra que hacía poco se había elevado para darle un vaporoso marco a esa escena que nunca se volvería a repetir.