El miércoles 16 de mayo de 1703, un septuagenario Charles Perrault daba su último aliento y París sería el lugar elegido por el destino para el fatal desenlace de una persona que iluminó el mundo con mágicas obras que hasta el día de hoy son alabadas por grandes y chicos.
Jamás imaginé que un cuento publicado hace mas de 300 años podía ser leído cada noche a una criaturita y ésta nunca cansarse de ello.
Así fue. Marghiorie, mi pequeña hija de 5 años (casi 6), que escucha cuentos desde el vientre de su mamá, hizo de este cuento, 'La caperucita roja', de Charles uno de sus favoritos. La rutina era al principio leerle solo uno. No sé en que momento de su corta historia me convenció de aumentar dicha contidad en 300 %, lo que sí sé es que desde hace algún tiempo ella y yo disfrutamos de unas lecturas infantiles cada noche antes de dormir.
La famosa niña de caperuza roja ingresó de modo insospechado en nuestras vidas.
La conversación previa a las nocturnas lecturas era sobre la elección de los cuentos para esa noche. En mi mente se dibujaba la posible respuesta de mi hija. Así que me dirigía a su biblioteca mientras le pedía que me diga que títulos serían los que leeríamos esa noche, suponiendo que dentro de los seleccionados estaría la niña predilecta de Charles Perrault. Ella comenzaba a recitar... primero 'Franklin va a la escuela', segundo 'Chimoc en la selva' y tercero 'La caperucita roja'. Así era el ritual cada noche. Una tras otra. Papá, primero 'Los tres chanchitos', segundo 'Los siete cabritos' y tercero 'La caperucita'.
Se subía a su cama, se colocaba a un costadito y me decía que me apure. Me pedía que me coloque del lado de la pared porque a ella le da frío estar en ese sitio. Me prestaba una almohada y los dos nos tapábamos. Ella hasta el cuello y yo hasta la cintura para poder manipular el libro.
Empezaba el ritual. Tenía que colocar a su alcance los tres libros. Luego, ella elegía el primero que debía leer.
Haber leído tantas veces sus libros me hacía bostezar de vez en cuando. Así que, a partir de eso, surgió una regla: PROHIBIDO BOSTEZAR DURANTE LA LECTURA.
Rara vez se quedaba dormida. Algunas veces sus ojitos vivarachos me miraban mientras narraba la historia de principio a fin. Otras veces miraba atentamente la secuencia de imagenes que ilustraban el libro.
Cuando Charles publicó en 1697 en 'Los cuentos de la mamá gansa' un curioso cuento sobre una niña con caperuza roja, jamás imaginó que mas de tres siglos después en un lugar llamado Barranca, una pequeña niña y su alopécico papá disfrutarían de esa historia una y mil veces.
Pero nuestra relación con el cuento no termina ahí.
Ayer por la noche, Adela, la mamá de mi Marghiorie, que por cierto no es muy debota de participar de nuestras tertulias nocturnas, fue elegida para leer nuestro cuento fetiche. El cerebrito de Adela recibió una dosis extrema de adrenalina y dopamina al saberse en un problema serio para ella. Con la cantidad necesaria de neurotransmisores para generarse una solución al dilema, encontró cómo salir del paso. Dijo a mi hija que ella ya estaba en la edad adecuada para poder leerse sola un libro. Mis ojos adquirieron la forma de dos huevos fritos. La miré como si hubiera dicho una barbaridad. Vi a mi hija y noté que ella tomaba el libro entre sus manitos y se acomodaba en la cama. Asumió el reto. Empezó... Érase una vez... mis ojos huevofritiformes continuaron igual, lo que cambió fue mi actitud. Terminó la primera hoja y pasó a la segunda. ...La casa quedaba en medio del bosque y su mamá... incliné mi cabeza ligeramente mientras mi mente regresaba casi seis años. Aquella primera vez que la tuve entre mis brazos, cuando la sentí tan pequeñita, indefensa y llorona. Hoy, casi seis años después, estaba presenciando un momento histórico para mí. Estaba presenciando su primera lectura de un cuento. Un cuento que fue publicado hace mas de tres siglos. Mas de 300 años hace que un hombre partió hacia la eternidad dejando en este mundo una historia que mi hija, hechada al costado de su mamá, mas de 300 años después, leería por primera vez, ingresando a un mundo que, espero, nunca mas deje.
lunes, 17 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
EL PÁRRAFO
EL PÁRRAFO
La Real Academia de la Lengua Española define al
párrafo como: "Cada una de las divisiones de un escrito señaladas por
letras mayúsculas al principio del renglón y punto y aparte al final del trozo
de escritura". Puede contener varias oraciones o frases.
El párrafo es un conjunto de oraciones que unidas desarrollan una
idea temática o subtema del texto. El conjunto de párrafos, a su vez, conforman el texto y permiten desarrollar su tema central.
Tipos de párrafo
Los tipos de párrafo se pueden clasificar desde diversas variables:
Temática
Técnica narrativa
Lógica de pensamiento
Párrafo de desarrollo de un tema
Puede ser científico, periodístico, literario, filosófico,
psicológico, etc.
Párrafo de técnica narrativa
Puede ser descriptivo, narrativo, dialogado, etc.
Párrafo de pensamiento
Puede ser párrafos de enumeración, de jerarquización (orden
cronológico, de mayor a menor, de más importante a menos importante), párrafo
de comparación – contraste, párrafo de relación de ideas, párrafo de causa –
efecto, etc.
A continuación, el texto presentado permitirá analizar cada párrafo y establecer en cada uno la idea temática y en su conjunto un tema general.
EL NIÑO CALVO
Santiago
Roncagliolo
Si
usted tiene hijos pequeños, probablemente esté familiarizado con los exitosos
dibujos animados de Caillou. Caillou es un niño sin pelo, muy dulce y cariñoso,
que en cada capítulo descubre cómo ser feliz junto a su adorable familia. Pues
bien: odio a ese miserable.
Caillou
jamás grita ni pierde la paciencia ni hace berrinches. Si llueve, se queda
jugando en casa. Si no le gustan las verduras, imagina que son golosinas. Si su
hermana quiere un juguete, se lo presta. Mis hijos no son así. Cuando quieren
algo, berrean. Y se pelean por los juguetes. Y se ponen de mal humor cuando no
salen de casa. Así que cuando veo a Caillou, me pregunto: ¿Habré hecho algo
mal? ¿En qué me he equivocado? ¿Por qué mis hijos son peores que un maldito
dibujo animado?
Por
no hablar de los padres. Los padres de Caillou no pierden la paciencia ni por
un minuto. Jamás discuten. Siempre tienen una idea ingeniosa de un nuevo juego
educativo, que su pequeño recibe con alborozo. Y encuentran magia en cada
detalle de la vida cotidiana. Una vez, mi esposa y yo estábamos discutiendo
ferozmente y tuvimos que disimularlo porque llegaban los niños. Para no tener
que hablarnos –porque en ese momento no nos soportábamos– pusimos a Caillou.
Frente a nosotros aparecieron esos padres perfectos, llenos de paciencia, que
jamás tenían desacuerdos ni alzaban la voz. Yo me sentí como una cucaracha.
Usted
se preguntará por qué, si detesto tanto a Caillou, no apago el televisor. Pues
porque no se puede. Los niños lo quieren. Lo piden. Lo exigen. Pueden soplarse
diez capítulos seguidos de sus aventuras (y digo “aventuras” por llamarlas de
alguna manera, porque nunca pasa nada). Yo intento proponerles alternativas,
como (…) Dora la Exploradora. Pero los chicos adoran a ese niño calvo y
repelente.
Comprendo
que Caillou pinta un mundo ideal a la medida de estos niños. Eso es lo que
buscamos en la ficción. La protagonista de las telenovelas es una campesina
pobre que trabaja como empleada doméstica, pero siempre rubia, alta y con
acento venezolano. James Bond nunca se despeina ni se moja ni pierde la flema
inglesa. Todo eso es imposible, pero da igual: los espectadores queremos ser
rubias con acento venezolano o agentes secretos elegantes. No queremos ver la
realidad en la pantalla, sino nuestros sueños. Y si tienes dos años, tu máximo
anhelo es que tu papá te lleve al jardín y te regale una pelota.
Pero
si tú eres el papá, Caillou es una impúdica exhibición de tus imperfecciones,
un innecesario despliegue de crueldad, un espejo cuyo reflejo es mucho mejor
que tú.
Por
ello, cuando estoy en un entorno adulto, cobro venganza. Frente a mis amigos,
dedico a ese niño calvo una batería de bromas crueles, sarcasmos y mofas, con
el único fin de devolverle toda la bilis que él me produce. La última vez que
lo hice, en una cena, un amigo me respondió:
–
¿Sabías que tiene cáncer?
–
¿Quién tiene cáncer?
–Caillou.
Por eso es calvo. La serie trata de reforzar la idea de que es posible ser
feliz aun en las circunstancias más amargas. Y su objetivo es animar a los
niños que sufran enfermedades.
Un
silencio de reprobación se extendió a mi alrededor. Y yo no volví a abrir la
boca en tres días.
Total,
que llevo tres días tratando de saber si Caillou está enfermo de verdad. Al
parecer, es sólo un rumor. Nadie lo confirma ni desmiente oficialmente. Las
redes sociales hierven en debates al respecto. Me inclino a creer que es sólo
una alopecia temporal. En cualquier caso, ese niño ya ha conseguido lo que
quería: ahora no sólo me siento como un padre imperfecto. También soy un
canalla sin sentimientos.
Publicado
el 10 de marzo del 2013. Citado el 05 de enero del 2014
Citado el
05 de enero del 2014
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